Entrábamos dando latigazos a galope en una ciudad viejísima, sobre una roca y lejos de todo ferrocarril. Las campanas vibraron con fuerza y sobre las losas estrechas de la calle, en medio de un hormigueo negro de gente, veíase moverse las notas claras de vestidos azules, blancos y rosa; era un ballet de antiguas danzas eúskaras ó bascas.
A nuestra izquierda vimos la iglesia con la estatua del Santo Patrono encima del pórtico
engalanada con banderas; habían puesto una aureola de linternas alrededor del Santo y flores en
grandes vasijas.
¿Quién era el santo? -San Juan Bautista, más adorado, más festejado en todo Guipúzcoa.
¿Cómo era la estatua? -Un pedrusco hecho por algún escultor de aldea, uno de esos terribles
creyentes que pareció entretenerse en torturar la piedra de una manera inocente, esculpiendo
Cristos y Madonas. Allí se ven Nazarenos en cruz y Dolorosas en los que se destaca una
espantosa tristeza, cuando no es metidos en altares negros es entre vidrieras de armario al
resplandor de cirios ó lamparillas y se graban en la memoria como obras maestras de salvajismo
y de retorcimiento de dolor. El San Juan que habían adornado encima del pórtico, era de granito
pintado. Colores chillando su crudezas a los delicados oídos de las flores que alrededor estaban;
la masa de piedra cortada a grandes golpes; la cara del Precursor enjuta, su torso atormentado por
la vida austeras, todo su cuerpo consumido y los ojos como abiertos por las apariciones terribles
de su desierto.
El gentío que habíamos apercibido á la llegada se acercó a nosotros. Las notas claras que se
movían entre la masa negra eran niños formando una cadena de pañuelos cogidos de mano en
mano y el pequeñuelo de un extremo como una dama diminuta bailaba paseando por las calles
una antigua danza llamado aurresku. Parábanse ante la case del alcalde ó la de algún noble que
ostentaba su escudo sobre el muro. Allí una flauta y un tambor estrecho y largo tocan un aire que
perece que descarrila y que pierde el compás para después volverlo á tomar; así me esplicaron
que tiene que ser el extraño ritmo de la música vascongada. Los dos instrumentos parece que
riñen entre silbidos y redobles de tamboril, pero sin reñir nunca de veras. Los dos niños de los
extremos de la columna son los únicos que bailan ó más bien saltan haciendo piruetas con gran
seriedad, casi con aspecto triste, entrelazando los pies en el aire como una bailarina. Estos son
los dos sobre los que cae toda la responsabilidad de la danza y los que conducen á los demás. En
esta antigua ciudad, entre obscuridad de palacios caidos y torres en ruina, toda la gente prestaba
atención en el pequeño ser lleno de vida a quien tocaba bailar delante de la Iglesia negra.
Terminado el baile se sirvió la merienda a aquella pequeña comparsa al aire libre sobre unas
ruinas.
La comida se componía de pirámides de frutas, montañas de sorbetes, fuentes de limonada.
Pero todo esto tuvimos que dejarlo porque habíamos resuelto pasar la fiesta de San Juan en
Tolosa y dejamos aquellas alturas para bajar a esta antigua capital de Guipúzcoa.
Durante el viaje en diligencia el oscurecer se alumbraron grandes hogueras en los montes por
ser la víspera del gran día que en Guipúzcoa parece ser que le honran en todos sus pueblos con
estos simulacros de incendio. Vistos desde el valle abajo parecían cabelleras rubias aquella
llamas en desorden y con un poco de imaginación podrían tomarse las estrellas que brillaban
alrededor por soberbios alfileres de aquellas melenas despeinadas.
La población iluminada con faroles y tiroteo de petardos apareció bien pronto.
Las jotas y fandango llamado ariñ-ariñ duraron hasta tarde, pero no siendo esto más que una
pequeña preparación para la fiesta del día siguiente resolvimos acostarnos temprano en el parador
de diligencias.
¡Oh! qué noche de ruidos y qué madrugada de tin-tan y talan-talan; qué campaneo de
campanas nos hizo saltar de la cama al día siguiente traspasándonos la cabeza toda la mañana con
su sonido duro! ¡Qué bordoneo que nos rompía el tímpano con su tin-tan y talan-talan con el
campaneo de campanas!
La procesión tuvo lugar. Inmediatamente nuestras miradas fueron para las esculturas de
Santos; los pasos que salían aquel día se puede decir de sus cavernas.
Es que en realidad estas imágenes están talladas con arte latronesco y bárbaro.
Desproporcionadas, patizambas, groseramente modeladas y sin embargo soberbias. De expresión
torpe ¡pero qué penetrante!
El rezar cara a cara con estos Santos y Nazarenos debe hacer reir ó alucinar. Así se
comprende el magnetismo que puede causar la mirada de ellos en ciertas capillas sombrías.
Desgraciadamente ya invaden el país las esculturas modernas á la francesa, insípidas imágenes
de confitería.
Después de cordón interminable de viejos con cirios y cofradías
llegaron los curas y dominando aquel grupo sobresalía dorada y
reluciente la custodia. Detrás el alcalde con el junco enroscado (1) y
cerrando el cortejo los alguaciles con el traje del siglo XVII y dos
maceros con dalmática del encarnado propio de diputación, las mazas al
hombro.
Y durante esta hora de manifestación religiosa siempre el mismo
campaneo de campanas, entonces más numerosas, repicando más a
rebato, las pequeñas, las grandes y toda la calderería amotinada. Ni una
sola sonoridad de bronce larga y profunda sino una cacofonía discordante
una, disciplina de martillazos rompiendo con sus hierros el
tímpano. Por la tarde el alcalde y los concejales acompañados de curas
van á vísperas y un grupo de mozos vestidos de blanco, boina encarnada
y ancha faja esperan en la puerta formando un arco con bastones ó makilas y espadas de madera
para dejar paso al concejo. Son los ezpatadantzaris que van bailando por las calles las danzas
bascas á la antigua usanza, abriéndose así el paso hasta llegar á la plaza de rigor, donde se ha de
celebrar la corrida de novillos que engalanada con banderas ya está atestada de mujeres en los
balcones y convertidos estos en palcos y sobre tendidos improvisados un gentío de mil colores.
¿Para qué describir una corrida de toros que es ya cosa tan vulgar?
Nos contentaremos diciendo que los curas asistieron con el alcalde que presidía la corrida y
que todos siguieron al anochecer hasta una alameda oscura donde presenciaron los bailes
antiguos Eúskaros. Que las fiestas vascongadas tienen un carácter tétrico por mucha alegría que
se les quiera dar. La dominante negra en los trajes, la seriedad de los bailes y cantos, el paisaje
y aquel cortejo de alcaldes y curas presenciando los bailes como un duelo, éstos últimos en una
postura que siempre es la misma, como pájaros en reposo, que recuerda la de las águilas
enjauladas.
Y todo esto reunido hace ver bien claro el carácter fúnebre que se descubre en esta fiesta
española.
Después describe el artista belga otras cosas menos tétricas, pero aquel día más en sus ideas
de que ESPAÑA ERA NEGRA, preguntóme detalles sobre la Semana Santa en Guipúzcoa. Sin
exagerar le dije que entonces era la buena época para hacer artículos sobre este país carlista
como él lo llamaba y le conté como pude mis impresiones de Jueves Santo en Azpeitia después
de oir un miserere de Gorrití, música seria algo alemana, y un sermón larguísimo. La guardia
civil de gala como sargentos Federicos de rojo y esperando bajo los arcos de la iglesia el
momento solemne de la procesión, con caras aburridas y con los fusiles puestos á la funerala,
cosa desconocida en el país de mi amigo. El tiempo, de lluvia fina shiri-miri, como dicen en las
provincias, polvillo de lluvia que duró todo el día. Luego la calle principal embutida por la
procesión y la larga fila de hijas de María con mantillas negras y la cinta de sierva puesta el
cuello. La gran masa entrando en la iglesia, siguiendo su estandarte.
Las otras callejuelas que no forman parte de la carrera, sin un sér viviente en aquellas horas;
una soledad que oprime como domingo en Londres.
Los pasos de Azpeitia, uno sobre todo con un letrero que dice: "Cristo padesió por pecadores
sinco mil asotes" son de más carácter que los de Tolosa, le dije: es una escultura más barbare
como él la llama; una talla donde hay más hachazos que otra cosa.
¡Oh! ¡quién pudiera venir a España en esa época! me decía.
Le expliqué lo imponente que era el silencioso cuarto de los Santos después de una procesión,
donde los atriles y las cajas de violines viejos están como ataúdes amontonados con los Santos
entre olores á humedad y á aire viciado de larga ceremonia eclesiástica.
Le pinté la tristeza que se respira en aquellos días en esos pueblos tan distintos á los de su país
y la imposibilidad de divertirse para los que no son creyentes, pues si buscan distracción en los
círculos se encuentran que no hay tresillo ni piano abierto y encima de las mesas de billar se ve
una gran cruz echada que forman con los tacos, indicando con las bolas los sitios donde se
clavaron los clavos y con los palillos sobre el INRI una corona de espinas mal imitada. Todo esto
en señal de luto para impedir que se toque a los tacos durante los dias de Semana Santa.
"Nom d'une pepette comme je voudrais venir" decía, y rogándome le contara más cosas le
dije, que el Viernes Santo en Oñate es también de gran carácter. La iglesia estaba tan oscura
cuando yo la ví que casi había que ir á tientas y solamente un rayo de luz caía, como hecho
apropósito, sobre el Altar Mayor, resultando el Cristo y la Dolorosa muy en alto sobre unas
gradas llenas de chiquillos y el rayo aquel de la lucerna caía para alumbrar la aparición
como único punto luminoso entre la masa negra del pueblo en tinieblas.
La procesión es una de las más hermosas que ví en España. Los niños de las escuelas esperan
de rodillas formando cordón en la ancha plaza de edificios antiguos con el gran morado del
monte Aitzgorri dominando allá en el fondo.
"¡Oh nom d'une pepette, nom d'une pepette! repetía.
A pesar de no ser Semana Santa no quiso dejar Guipúzcoa sin ver Loyola y Azpeitia.
Como hombre del Norte acostumbrado á las catedrales góticas
no le entusiasmó nada el estilo barroco que él llamaba rococo que
domina en Loyola preocupándole únicamente los curas que por allí
van y vienen siempre en la misma postura que los de Tolosa es
decir de pájaro en reposo; la mano derecha dentro del puño
izquierdo, la otra en el puño derecho que parece que un brazo es la
continuación del otro.
No dando importancia á sus artículos de impresiones de España
para l'Art Moderne periódico de Bruselas se metió el poeta en su
poesía; entonces estaba acabando su libro "Les Debâcles" donde
hay algunos trozos inspirados en nuestro país, trozos tristes, por
supuesto.
Hablaba poco y observaba mucho sacando partido de cosas que
á nosotros no nos chocan por ser españoles.
Llegó á distinguir los toques de entierro, de párvulo, de salida de
viático y aún el de agonía, esas cinco campanadas que seguidas de
un silencio anuncian en Guipúzcoa cuando alguien se muere.
Le chocaban estas cosas y era natural que le chocasen. Ya sabemos que hay que tocar á
muerto, pero ¿para qué anunciar el momento crítico de la agonía? ¿No son estas cosas propias
de un país que es amigo de la muerte?
Fuimos á la fiesta de San Marcial de Vergara en el tren juguete que sube y baja como montaña
rusa llegando la víspera, dia de San Pedro que ya festejan este día con banderas en la torre, gran
campaneo de calderas como las de Tolosa y lo más chocante con cuatro cirios ardiendo en el
pórtico de aquella parroquia.
Lo mejor del pueblo se ve desde fuera y es el panorama con el Campo Santo entre prados en
medio del valle, cuya capilla vista de lejos hace pensar en esos cofrecillos antiguos de reliquias
y los paisajes en ciertos fondos de cuadros primitivos. Pero el pueblo con sus torres de estilo
barroco y casas solariegas, hace abandonar esta idea y se tiene nostalgia de líneas góticas,
pensando lo bien que armonizarían con el carácter serio de estos pueblos y en estos valles grises
algunas torres caladas de un arte gótico bien puro.
Aquel día hubo títeres en la plaza entre Vergareses de perfiles largos y afilados como sables,
hubo también iridiarena con silbo y tamboril; pero en medio de tanta diversión, al oscurecer
volvimos á ver los cirios encendidos en el pórtico de San Pedro llamando á la gente a la salve.
Al día siguiente es la romería en la ermita de San Marcial á la que se llega por entre vía-crucis
y bosques espesos. La capilla está oculta entre grandes castaños, no viéndose más que humos
azules que parece que todo el bosque está incendiado. Son las hogueras para las meriendas. Las
comilonas al aire libre no podían extrañar nada al que está acostumbrado en Flandes á ver los
cuadros de Teniers al natural. Por todas partes se tropieza con mesas y cazuelas alguna de estas
demasiado pequeñas para tan grandes jigotes y en medio de tanta diversión había cosas que
entraban en el orden de ideas negras de nuestro artista. Los cantos vascongados que se cantan por
grupos al regreso hacia la villa son capaces de entristecer a cualquiera más aún cantados en tono
de pitimas de sidra que son siempre tan tristonas. El baile se acaba temprano y los últimos
resoplidos del flautista que no puede ya más son hácia las nueve de la noche en la plaza. A esta
hora en que empiezan á divertirse en otras provincias de España todos se retiran allí y vuelve á
reinar el silencio de todo el año, contrastando con la soledad de aldea la iluminación de faroles
en los grandes edificios de piedra; palacios nobles que alquilados cuestan cinco ó seis reales
diarios.
El fin de fiesta no podía ser más triste y entre todos los recuerdos el que quedaba más impreso
eran los cuatro cirios ardiendo bajo el pórtico de la torre ocre.
VERHAEREN, E., REGOYOS, D.: España Negra, Ed. Hesperus, 1989, pp 41-54.
No hay comentarios:
Publicar un comentario